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Quixote (2)

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El Ayuntamiento de Belalcázar decidió hace unos días por unanimidad nombrar a Miguel de Cervantes hijo adoptivo y cronista oficial de esa localidad, en atención a la vinculación que mantuvo el escritor con Alonso Diego López de Zúñiga y Sotomayor, duque de Béjar, conde de Belalcázar y marqués de Gibraleón, a quien el autor dedicó en 1605 la primera parte de su Quijote. La corporación llega a decir en su argumentación que la universal novela se financió con el erario público de Belalcázar, puesto que habría sido el conde el mecenas pagador de la edición al quedar encantado con ella tras una lectura pública. Tan estrafalaria decisión municipal sería merecedora tan sólo de una sonrisa piadosa si no fuera porque el consistorio parece estar preparando un programa de actos culturales para, según se anunciaba en las páginas de este mismo periódico, “difundir la vinculación de este municipio pedrocheño y El Quijote”.

Y, sin embargo, la realidad histórica es bien distinta. Según Jean Canavaggio, se ignora casi todo de la vida de Cervantes durante los años decisivos en que se desarrolla el proceso de redacción y publicación de la primera parte del Quijote. Francisco Rico, máxima autoridad en esta novela, admite que Cervantes pudo tener acceso al duque en Valladolid y solicitarle ayuda o apoyo, aunque “no sabemos con qué resultados”. La opinión crítica general es muy severa con este noble, al que Cervantes no vuelve a citar en ninguna otra ocasión. Martín de Riquer llega a afirmar que el duque “no se interesó en absoluto ni por el Quijote ni por Cervantes” y la propia dedicatoria que encabeza la obra cumbre de la literatura española ha sido interpretada como un plagio lleno de tópicos, escrita, en opinión de Rodríguez Marín, “de tan mala gana que, por no tomarse el trabajo de redactarla de propia minerva, la hilvanó entresacando unas frases de la dedicatoria de Fernando de Herrera”. Basten estos testimonios de tan ilustres cervantistas para expresar la sospecha de que la relación de Cervantes con el duque de Béjar es más bien un artificio literario tan histórico como la autoría de Urganda la Desconocida para las décimas de cabo roto y que la vinculación del Quijote con la villa pedrocheña no es más –ni menos- que la de figurar el título condal en la dedicatoria. A partir de este conocimiento, bienvenidos sean los siempre necesarios fastos culturales que el ayuntamiento de Belalcázar, fiel al espíritu quijotesco que este año nos embarga, quiera montar para animar nuestro acercamiento a la inmortal novela cervantina, pero sin obligar a los ciudadanos a ver gigantes donde sólo hay molinos.

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