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Hace ya veinte años que Juan Benet se perdió por las carreteras de Los Pedroches para escribir luego un artículo en el diario El País en el que dejar muestra canónica de la confusión que produce esta tierra en el viajero no avisado. Tal fue su desconcierto que al poco hubo de salir Carlos Castilla del Pino en las páginas del mismo periódico confesando la imposibilidad de atrapar la intangible esencia de esta comarca, en la que el autor de Volverás a Región pretendió encontrar un remedo de su universo literario y sólo halló una venta cervantina envuelta en el aroma de los cerdos que viajan a Extremadura apilados en camiones. Que Los Pedroches no existen ya lo proclamó también por entonces Juana Castro, al anunciar precisamente una leve esperanza de que este dominio de la encina, tan lejos de todo, comenzaba quizás a despertar.

Hace dos semanas Javier Rioyo plasmaba de nuevo en El País la evidencia de quien viene y apenas se esfuerza en comprender, de quien creyendo mirarlo todo no ve nada. Su artículo en pago de invitación recoge todos los tópicos de quien no entiende la realidad de lo que pasa: es el ciudadano urbano, cultivado en el refinamiento de la corte, que al descender a los pueblos españoles observa con condescendencia la bondad de unas gentes “que siguen viviendo principalmente del campo y sus pastoreos (…) y que siguen buscando entre sus minas restos de plata o de plomo”. El urbanita llega a estas sierras con la imagen prefijada de un conocimiento del campo español adquirido en lecturas del naturalismo rural de posguerra, donde la mentalidad feudal se oculta todavía tras los escudos blasonados que testifican un pasado más glorioso, donde las campanas de la iglesia marcan la vida de sus habitantes, una lechuza cruza por la plaza al anochecer y siempre huele a matanza. En Pozoblanco, qué pereza, se detiene en su muerto tan ilustre, ese Paquirri del que podemos visitar “su habitación en la pensión donde pasó su última tarde vivo”.

Los muertos, como en las historias de Juan Rulfo que leen las niñas de Dos Torres, pueblan las calles de Los Pedroches cuando nos visitan embajadores tan principales, como Antonio Colinas, que en nuestros portales y plazas vio también “velos de otros mundos”. Pero quizás cuando se despeje la niebla sórdida que envuelve los espectros veamos que tales fantasmas eran en realidad jovenzuelos abstraídos escribiendo un mensaje en su móvil de última generación mientras en los auriculares de sus oídos truena Coldplay en formato mp3.

1 comentarios :

Anónimo | viernes, diciembre 30, 2005 12:43:00 a. m.

Y a usted Codplay ¿qué,le pone?

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