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Palabras e imágenes en torno al Premio Solienses en Córdoba


Encuentro de escritores de Los Pedroches en Córdoba, la semana pasada.

Extracto de algunas de las intervenciones en el Encuentro literario de escritores de Los Pedroches en Córdoba "En torno al Premio Solienses".

Juan Díaz, presidente de la Mancomunidad de Municipios de Los Pedroches: "En los Pedroches hacen falta hombres y mujeres que dinamicen la zona en todos los ámbitos posibles".

Uno de los valores más grandes de nuestra comarca es la cultura ancestral que aún guardan sus pueblos, no sólo en sus monumentos más emblemáticos, sino también en su rico folclore y en sus manifestaciones festivas más genuinas y singulares. Todo esto unido a los excelentes frutos literarios que, en los últimos años, vienen produciendo muchos escritores nacidos en los Pedroches hacen que el nombre de nuestra tierra, por méritos propios, esté resonando no sólo a nivel provincial, sino también regional y nacional, pues, a lo largo de su dilatada trayectoria, los autores aquí presentes han ido consiguiendo distintos premios de mucha importancia literaria en nuestro país. Así, antes de nada, quiero felicitar, a los cuatro escritores aquí congregados por haber difundido con su obra literaria el nombre de los Pedroches a un nivel que supera la barrera de lo comarcal.

Y en este sentido también quiero felicitar y destacar el acierto de Solienses por venir concediendo últimamente, año tras año, este valioso premio que no es sólo un reconocimiento a la calidad literaria de las obras escritas por autores pedrocheños, sino que también sirve, como ya he dicho antes, para dar a conocer lo mejor de nuestra tierra en numerosos ámbitos geográficos del país. En los Pedroches hacen falta hombres y mujeres que dinamicen la zona en todos los ámbitos posibles, en el campo de la cultura, de la economía, del deporte, de las artes, y, en este sentido, estos cuatro Premios Solienses han sido y son un referente para todos pues han contribuido con sus respectivas obras literarias, con su esfuerzo y su tesón creativo, a un mejor desarrollo comarcal.



Juan Emilio García, presidente de la Casa del Valle de Los Pedroches en Córdoba, Antonio Pineda, diputado de Cultura, y Juan Díaz, presidente de la Mancomunidad de Municipios de Los Pedroches.

Antonio Merino, editor del blog Solienses: "Los Pedroches tienen que venir a Córdoba para mostrar que la realidad cultural de sus pueblos está acorde con la sociedad contemporánea".

Estarán de acuerdo conmigo en que Córdoba ha sido para nosotros –los de Los Pedroches- casi siempre como una madrastra, hoy menos que ayer, pero todavía. Córdoba era nuestra referencia, el primer acceso a ese gran mundo que imaginábamos más allá del Puerto Calatraveño. Aquí acudíamos siempre a resolver la maraña administrativa, a comprar cosas inalcanzables en nuestros pueblos, a estudiar o al hospital, pues, estando Córdoba tan lejos, que se tardaba varias horas en llegar, era sin embargo el más cercano. Córdoba nos acogía con su calidez capitalina, con la generosidad que se dispensa al provinciano, con la resignación del que, a pesar de todo, no tiene más remedio que recibir a quien es uno de los suyos, aunque lo sienta como un ser extraño. Porque extraños nos sentíamos aquí. Aunque Córdoba era nuestra casa, nuestra capital, nuestra referencia, tardábamos tiempo en sentirnos cómodos. Siempre sentíamos que en Córdoba no nos comprendían, no nos conocían, que para los cordobeses de la capital Los Pedroches era una tierra lejana y remota, llena de oscuros pueblos de los que algo habían oído hablar, pero poco, desde luego mucho menos que de los soleados pueblos de la campiña.

Hoy, desde luego, las cosas han cambiado, ya nada es como antes. Hoy los jóvenes de Los Pedroches vienen a Córdoba a ver un concierto y se vuelven a casa en la misma noche. Ya apenas hay diferencias en los usos y costumbres y los de pueblo pueden llegar a ser tan refinados y cosmopolitas como los de la capital. Sin embargo, todavía hoy, a veces notamos que en Córdoba no nos conocen lo suficiente, que Los Pedroches sigue siendo para los cordobeses de la capital una tierra inhóspita por descubrir, un reducto de ritos ancestrales plagado de romerías marianas con escopeteros. A veces los vemos llegar en autobuses fletados por la Diputación o por asociaciones culturales y acuden como quien se aventura en un viaje en el tiempo a los años cincuenta, esperando encontrar allí todavía pastores haciendo migas al amor de una candela o jóvenes doncellas con el traje típico bailando las jotas en la noche de la tornaboda. Lo peor de todo es que a veces las instituciones, con la intención de promocionar turísticamente nuestra tierra, se empeñan en ofrecer esa imagen falsa de Los Pedroches, pero no hemos venido a hablar de eso aquí esta noche.

Lo que quería decir es que quizás ha llegado el momento de dejar de culpar a los de Córdoba de no conocernos lo suficiente y comenzar un proceso de autocrítica. Si los de Córdoba no nos conocen como quisiéramos, ¿no será porque nosotros no hemos hecho lo suficiente por conseguirlo? Los Pedroches tienen grandes embajadores, y quizás nuestro jamón ibérico sea el mayor de todos ellos, pero la gente de Los Pedroches tenemos que esforzarnos por divulgar la idea de que Los Pedroches no son hoy ya pueblos perdidos en la sierra a los que difícilmente llegan las innovaciones, sino que allí se está viviendo también la revolución cultural que conlleva el nuevo concepto de la ruralidad. Los Pedroches tienen que venir a Córdoba a mostrar que la realidad cultural de sus pueblos está acorde con la sociedad contemporánea.



Pedro Tébar y Juana Castro.

Juana Castro, ganadora del Premio Solienses en 2006: "La verdadera poesía es la que hace sentir injusticias, la que desvela lo no dicho".

Cuando venía a Córdoba por los exámenes de bachiller, yo era una niña asustada, tímida, desconfiada de sí misma. Más todavía cuando comprobé, hablando con las otras niñas, que nadie sabía dónde estaba Villanueva de Córdoba. ¿Tú de dónde eres? Entonces opté por decir: "De la Sierra". ¿Y qué era la Sierra? Unas lomas que se veían desde las Ermitas, por allí debía estar mi pueblo, si es que existía, porque lo que todo el mundo -aquellas niñas- pensaban era que la sierra era un cacho de sierras oscuras por donde tal vez hubiese gente salvaje y algunos caseríos: un pueblo por allí era una fantasía.

Por eso, cuando publiqué mi primer libro, Cóncava mujer (1978), escribí en la solapa: "Nací en Villanueva de Córdoba allá por los años del hambre, en 1945".

Dice la Psicología que la personalidad se forma en la primera infancia, de los 0 a los 3-4 años. Por lo tanto, es natural y lógico que Los Pedroches estén en mi poesía. Pero ¿cómo están? En el léxico, en el paisaje, en el decir; y están sobre todo el campo, las encinas. En una entrevista que me hizo Antonio Merino con motivo de los siete años del blog Solienses, me dijo que eligiera aquel monumento de la comarca que para mí tuviese más importancia. Sin dudarlo, dije "el encinar", pero es que ya lo había dicho también en la solapa del primer libro: "Miré las encinas del Valle de Los Pedroches y estudié magisterio entre un paisaje de monjas y campesinos" (...).

Pero yo no he escrito de Los Pedroches como un edén ni como el paraíso perdido, idílico. ¿Por qué? Por el conflicto. El conflicto es inherente a todo lo humano, y yo tuve los ojos bien abiertos para percibirlo desde pequeña (...). Y de eso escribo, de conflicto. Porque la verdadera poesía no es la que canta o sueña, la que sólo se queda con lo hermoso y lo bueno, sino la que hace sentir injusticias, la que desvela lo no dicho, la que trata de restaurar, en el texto, la armonía que ansíanos, el Deseo.


Alejandro López Andrada, ganador del Premio Solienses en 2008: "De la oscuridad/ añil de cielo/ baja un resplandor/ que va cubriendo objetos que perdí".

En su intervención, Juana Castro leyó una pequeña selección de sus poemas y Pedro Tébar el cuento "Leyenda del Tío Marango", de Canción de la madre del agua. Alejandro, por su parte, recitó un poema inédito compuesto hace pocos días, titulado "La zarza", del que ofrecemos un fragmento:

Hago, a diario, el camino de Santiago:
sólo un tramo,
apenas dos kilómetros.
Y, en ese espacio de tierra,
tan liviano,
siento, no obstante,
la claridad de un mundo que se derrumba
y muere frente a mí: norias de agua
que ya no giran,
piedras,
perros que ladran a un anochecer
que no termina nunca de tenderse
sobre los huertos. De la oscuridad
añil del cielo
baja un resplandor
que va cubriendo objetos que perdí,
rosas silvestres,
hojas y abubillas
que el viento mueve, a veces, sin piedad,
como si fueran trozos de mi espíritu,
pedazos de una infancia
que aún se esconde, como un lagarto inquieto,
en las colmenas,
allí donde el silencio vence al sol
y el aire es una mano de humo. Frío
se hace el trayecto, a veces,
pues voy solo. Siempre voy solo,
pero acompañado
por una vasta soledad de amor.
Hago a diario el Camino de Santiago
y vuelvo a casa
después de anochecer. Apenas llego,
una mujer me abraza
y en el silencio me hace comprender
que en cada cosa simple, diminuta, hay mucha luz.
(...)



Alejandro López Andrada y María Antonia Rodríguez.

María Antonia Rodríguez, ganadora del Premio Solienses en 2011: "No hay progreso ni felicidad si se nos trata como individuos tarados, a los que se puede manipular".

El Valle de los Pedroches es el punto más septentrional de Andalucía, pero también un lugar donde la naturaleza se confabula con la magia para crear un entorno único, cuya contemplación, cuando remontas la cima del Calatraveño, te sobrecoge y te remueve el espíritu (...).

Serenidad y equilibrio. Austeridad y mesura saturan el paisaje y hasta el agua, en tiempos de lluvia, se desliza parsimoniosa por laderas y cunetas hasta llegar a los arroyos o remansarse en charcos y lagunas. No tiene prisa por llegar a un mar que no conoce. La tierra, inteligente y previsora, la filtra y la guarda, la esconde en profundas oquedades para escamoteársela al sol implacable del estío, y la devuelve luego, poco a poco, a través de pozos y veneros, sin alardes, sin derroches, sin más despilfarro que las gotas que se pierden en el caldero al salpicar el brocal, o aquellas otras que rara vez consiguen mojar algo más lejano que los cangilones herrumbrosos de las norias (...).

La pobre austeridad suena como cateta, lugareña, propia de gente mojigata y rancia, que no sabe disfrutar de la vida y que es pobre de miras y pacata de proyectos, y se la confunde a veces con la avaricia e incluso con la tacañería. No ocurría así antaño. Había una máxima que hemos oído montones de veces a nuestros mayores: "No es más rico el que más tiene, sino el que menos necesita" (...).

Así, nuestros abuelos gastaban sólo lo necesario, aprovechaban al máximo todos los enseres y objetos, desterraban caprichos vanos, aunque cuando se permitían alguno lo disfrutaban con una intensidad desconocida para nosotros, rara vez contraían deudas innecesarias y jamás, jamás, vivían por encima de sus posibilidades.

En épocas de vacas gordas intentaban ahorrar para cuando viniera la época de vacas flacas, que sabían que irremediablemente vendría bajo el aspecto de un año de sequía, plagas, malas cosechas, enfermedad, accidentes o la ineludible vejez.

Y, cuando estos ahorros habían crecido lo suficiente para cubrir imprevistos, compraban algo útil y perdurable que ensanchara el patrimonio, pensando en el porvenir y en sus hijos.

Se tiraban tan pocas cosas que en cada casa había un estercolero, de uno o dos metros cuadrados, que acogía apaciblemente los desperdicios de la familia y al que podían acceder las gallinas para picotear lo que les apeteciera y convertirlo, ¡oh, prodigio!, en sabrosísimos huevos, estercolero que sólo había que vaciar una o dos veces al año (...).

Espero explicarme bien. No quiero que se me tome por una retrógrada que pretende que la gente vuelva a hacer sus necesidades al huerto (...). Me gusta el progreso integral, completo, el que contempla y desarrolla a las personas en todas sus facetas, para hacerlas mejores como seres racionales y libres, que sienten y piensan por sí mismos, porque no hay felicidad verdadera sin libertad, y no hay libertad verdadera si permitimos que nos pongan orejeras que sólo nos dejan ver la zanahoria que tenemos delante de nuestras narices. No hay progreso ni felicidad si se nos trata como individuos tarados, a los que se puede manipular y dominar con señuelos de consumismo, tan engañosos como baratos y, a la larga, destructivos.



Unas 200 personas asitieron al acto.

Durante el Encuentro se proyectó este vídeo recopilatorio de imágenes que constituye una pequeña historia del Premio Solienses.

1 comentarios :

Anónimo | domingo, octubre 30, 2011 11:31:00 a. m.

Qué poco veo ya, me he filao en las fotos del público y no veo a ningún noriego.¿ es que no los invitásteis?

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